martes, 20 de septiembre de 2016

¿Es “pérdida de tiempo” jugar con los niños? por Fátima Viviani

Sabemos con certeza que "perder el tiempo jugando" es ganar en habilidades cognitivas y psicomotrices, favorecer la actividad memorística y perceptiva, la expresión de estados internos y afectividad, así como desarrollo y evolución del pensamiento.  
Para justificar la afirmación introductoria, realizamos una crítica acerca de los espacios lúdicos que ofrece la comunidad moderna actual. 


Cuestionándonos acerca del juego


    Más allá de los prejuicios sociales acerca del juego, esta nota propone un enfoque de antiutilitarismo lúdico y, a su vez, una concepción del juego como ejercicio funcional complementario del desarrollo intelectual, lo que demuestra Piaget.
     Esta perspectiva puede sonar paradojal, sin embargo, indica que estamos hablando de una actividad de carácter finalista que, por añadidura, conlleva al desarrollo evolutivo. Podemos establecer una analogía con el arte al observar a un niño representando lo que quiere ser, ya que es expresión pura del deseo. En este marco se va más allá de lo percibido en el mundo sensible, se evoca un registro de placer que estimula internamente al sujeto y se constituye en un símbolo lleno de sentido latente. 
    La educación virtual también proporciona datos para comprender la socialización y la formación de identidad del sujeto. 
    No obstante, no podemos atribuirles a los niños una sola infancia sin considerar primordialmente los factores como el contexto, los acontecimientos privativos de su vida, el lazo social, el medio familiar, la cultura determinada dentro de un momento histórico, que condicionan la trayectoria evolutiva del individuo.
  La sociedad contemporánea proporciona nuevos estímulos tales como artefactos mediadores en el dominio del mundo físico. Esto alude a las denominadas TICs, las cuales están cargadas de símbolos que conforman significados culturales y transmiten valores de manera implícita.
 


 La era digital impone exigencias como aprender a usar el teléfono celular, manejar los videojuegos y navegar por las redes sociales, que implican destrezas en la manipulación activa de la tecnología y habilidades relativamente distintas a las de nuestros antepasados. Ahora los niños deben adaptarse a realidades aumentadas, trascendencia témporo-espacial, comunidades cibernéticas y actividad de procesamiento paralelo debido a la presencia de las pantallas que brindan otra dimensión del juego.
   Si el objeto transicional (el que suple la función de madre cuando ella está ausente) es la televisión o una tablet, puede que esto distorsione la educación del niño con mensajes incoherentes.  


   En la actualidad, esto ha provocado un cambio en la concepción del sentido del juego en sí mismo, puesto que ya no es naturalista. Se proponen reglas preestablecidas y misiones a cumplir estrictamente, lo que ha ocasionado la carencia del pensamiento divergente, que promueve la creatividad y la espontaneidad, así como la asimilación de nuestras posibilidades de acción sobre el entorno real y la productividad. Lamentablemente, los infantes de la generación moderna están perdiendo progresivamente dicha capacidad, comportándose de forma mecánica. 
  Es entonces cuando nos planteamos comenzar a motivar la interacción adultos-niños como una especie de andamiaje para el desarrollo psicológico y fisiológico mediante el juego. 
  Si se aprende de la figura del mayor, entonces, debemos permitir que el niño participe de las actividades lúdicas de grandes, porque ellos representan un modelo superior para él. La clave reside en jugar con él y aquí se concreta nuestra hipótesis. El niño anhela adquirir habilidades de adulto y por ello, persigue los objetivos y aprende a cooperar con un fin: la afirmación del yo y el orgullo de ser útil. 
   La mayor responsabilidad de los padres es la de dar rienda suelta a las iniciativas de sus hijos para explorar el mundo que los rodea, pero siempre presenciando y direccionando adecuadamente sus acciones.  
   Es necesaria la experimentación con el propio cuerpo, que antecede a todo conocimiento cotidiano y científico. Y de esto se tratan las consecuencias del juego: poder entrelazar afectividad y placer por el saber. Es querer hacer por diversas alternativas. 
   La próxima vez que el niño lo intente, déjelo desordenar, tocar, ensuciarse y descubrir por él mismo. Cabe destacar la importancia del juego libre, ya que si se reprime puede generar un comportamiento pasivo o de espectador de las actividades de los demás.
   Por otra parte, el deseo de trabajar con otros se traslada, aproximadamente a los siete años de edad, al juego colectivo agrupándose con sus pares. Aquí, el pensamiento egoísta se ve opacado por la necesidad de conservación del grupo, lo que implica reciprocidad, división del trabajo y convivencia con distintos puntos de vista. El juego reglado permite la puesta en marcha del superyó y la oportunidad de obtener valorización de sus compañeros. Esta etapa se caracteriza por la dependencia social y una evolución en la progresiva autonomía de sus padres.  
   A través del juego, el niño conoce normas que debe cumplir y, de esa manera, asimila la cultura de la sociedad y se integra en ella para formar parte de la comunidad.

INVENTARIO PERSONAL DEL NIÑO CONTEMPORÁNEO


   Los padres podrán asombrarse de que su hijo pueda jugar con "cualquier cosa" hasta que se introduzca en la vida social y las experiencias en grupo. A partir de ese ingreso a la comunidad de pares, todos los objetos adquieren un valor arbitrario y convencional de la cultura.
   
  Hay ciertas tendencias definidas, no por el género, sino según la clase social. Sus adquisiciones materiales lo elevan por encima o lo igualan a los demás niños.

  Su patrimonio de juguetes comienza a ser más estricto y es dominado y controlado por el régimen de la sociedad de consumo y el capitalismo, que se entromete en la sociedad con carteles publicitarios, anuncios en los medios masivos de comunicación y va de boca en boca entre los compañeros de escuela. 
  Actualmente, la estima entre compañeros se mide por la posesión de "lo último" en tecnologías y artículos modernos. Ya se perdió la valoración social por "saber hacer", ahora se atiende a la novedad de "lo que se posee".
   El mundo circundante proporciona este mensaje a los niños, lo que ha provocado una gran disminución a más temprana edad de la imaginación, la virtuosidad en deportes y la creación artística.

   Finalmente, una pregunta retórica: ¿No será que los adultos perdimos la capacidad de soñar despiertos y se lo transmitimos a los niños, quienes observan el modelo de los mayores que no saben jugar? 


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