El juego es una actividad que se
realiza generalmente para divertirse o entretenerse.
Aunque es posible que el mismo no
parezca satisfacer ningún propósito en concreto, tiene importantes funciones
evolutivas presentes y a largo plazo porque es importante para el desarrollo
sano del cuerpo y cerebro. Permite que
los niños participen en el mundo que los rodea, usar su imaginación, descubrir
maneras flexibles de utilizar los objetos y resolver problemas, además de
prepararlos para los roles adultos.
El juego contribuye en todos los
dominios del desarrollo. Por medio de esta actividad, los niños estimulan los
sentidos, ejercitan sus músculos, coordinan vista con movimiento, ganan dominio
de sus cuerpos, toman decisiones y adquieren nuevas habilidades. En síntesis, el
juego es muy importante para el desarrollo del niño.
Entonces… ¿Qué beneficios tenían los
juegos de antes?
En épocas anteriores jugábamos a “la
rayuela”, “al gato de las 7 vidas”, a simular que éramos “mamá” y nuestro bebote preferido, el
bebé, o los nenes simulaban ser “constructores”; juegos que a pesar de ser
“sencillos” eran prácticos, divertidísimos, la imaginación volaba y lo único
que requerían era nuestro constante
movimiento físico y la socialización permanente.
Esta socialización beneficiaba a los niños ya que, al simular juntos, ellos
desarrollaban de manera conjunta sus habilidades de resolución de problemas y búsqueda
de metas; adquirían comprensión de las perspectivas ajenas y construían una
imagen del mundo social.
Para jugar a los juegos nombrados
anteriormente, debíamos seguir una serie de reglas, por ejemplo en el caso de “la
rayuela”, debíamos dibujar en el suelo, con una tiza, el diagrama para jugar al
mismo, el cual estaba compuesto por cuadrados enumerados del 1 al 10, el niño
para comenzar a jugar debía situarse detrás del primer número, con la piedra en
la mano, y lanzarla. El cuadrado en el que caía se denominaba “casa” y no se
podía pisar. Luego el niño comenzaba a saltar cada cuadrado con un solo pie o con
los dos si se trataba del cuadrado doble, si el niño perdía el equilibrio, o la
piedra al lanzarla salía del cuadrado, perdía el turno y pasaba el otro jugador.
Este juego reglado tan simple, contenía muchos beneficios, como por ejemplo,
les enseñaba a los niños y a niñas a ganar y perder, a respetar turnos y normas
y a considerar las opiniones o acciones de los compañeros de juego, además eran
fundamentales en el aprendizaje de distintos tipos de conocimientos y
habilidades, y favorecían el desarrollo del lenguaje, memoria, razonamiento, la atención y la reflexión.
Otro beneficio destacable que tenía
este juego tan tradicional y divertido para muchos de nosotros, era el aumento
de las capacidades físicas y motrices de todos los niños que lo practicaban. Además
de la mejora física que les otorgaba, producían un desarrollo del sistema
locomotriz que permitía afinar la sincronización de sus movimientos,
ayudándolos a mejorar la vista, la puntería, la capacidad de realizar
movimientos rápidos y precisos.
Este juego o “el gato de las 7 vidas”,
requerían estar en contacto con la calle o la naturaleza, lo que permitía al
niño interactuar con el entorno que les rodeaba. Este no era el único
beneficio, ya que también, prevenía la obesidad infantil, lo que hoy en día es
muy frecuente ya que los niños pasan mucho tiempo frente al televisor,
computadora y otros aparatos similares, además favorecían su imaginación y
desarrollaban su creatividad.
Como dijimos anteriormente, estos
juegos requerían de una sociabilización del niño con sus compañeros o adultos.
Al ser así, aportaban al desarrollo social del niño ya que cuando algún
compañero participaba en su actividad, era la ocasión de él, de compartir, de
tener en cuenta a los otros, de comunicarse. Le permitía, en definitiva, relacionarse
con otros. El juego con sus compañeritos y con los adultos era un potente
instrumento que facilitaba su desarrollo social, es decir, que aprendían los rudimentos
de la reciprocidad (dar y recibir) y de la empatía.
Por otro lado, cuando jugábamos a
simular ser “mamá” o los niños a ser “constructores”, nosotros mismo decidíamos
la historia de los personajes de nuestro juego: lo que ellos hacían, durante
cuánto tiempo, de qué manera, quien estaba implicado. Además, le prestábamos
nuestras emociones y nuestros sentimientos, por ejemplo, en el momento en que jugábamos
a ser mamá y el hijo era nuestro bebote preferido, lo cuidábamos como si fuera real,
proyectando nuestra vida de madre futura. Estos juegos de representación de
escenas de la vida cotidiana, de reproducción de cuentos y situaciones imaginarias implicaban
la reconstrucción y puesta en acto de los conocimientos que lo niños ya tenían.
Cuando realizábamos este tipo de juegos, nosotros hablábamos empleando el tono
adecuado a los papeles que simulábamos; no todas podíamos ser mamá, por lo
tanto las otras compañeritas cumplían el papel de hija, el cual requería que la
voz de este personaje sea finita, este es un claro ejemplo de lo anteriormente
dicho. En este sentido, cuando jugábamos simbólicamente nosotros deformábamos
nuestra realidad, adaptándola a nuestros deseos.
Lamentablemente, estas formas, estos
modos tan divertidos y además muy beneficiosos de jugar se extinguieron. Ocasionalmente,
vemos a niños en las veredas o en las calles realizar dichos juegos, de igual
modo algunos lo siguen haciendo. Lo que pudo conllevar a esto, puede ser el
peligro que habita en las calles o las innovaciones tecnológicas, las cuales
desconectan a los niños de su mundo exterior encerrándolos cada vez más en sí
mismo.
Bibliografía
·
Papalia,
D.E- Old, S.W & Feldman, R.D. Psicología
del desarrollo de la infancia a la adolescencia. (11a.ed). Mc Graw Hill.
·
http://www.lamemoriarevivida.com/2014/07/02/beneficios-que-aportan-los-juegos-tradicionales-a-ninos/
Autora: Luisina Agustini
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